El viento envolvió sus ojos
quebrados de tanto llorar,
envejecidos a su pesar,
velados de niebla, rojos.
El mar perfumó su pelo,
blanco como la blanca plata,
con hojas de albahaca
y una pizca de enhebro.
La luna prendió en su rostro
su sonrisa turbadora,
su frescura encantadora,
su calma y su arrojo.
La tierra robó su cuerpo
henchido de fragilidades,
oculto tras las deidades
no pude despedirle muerto.
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