viernes, 20 de diciembre de 2013

Mas que infinito



     Echando la vista atrás, recuerdo con claridad el momento en que impaciente por descubrir el mundo, empujabas con fuerza para salir y llenarte los pulmones de oxigeno. Recuerdo tu carita y tu pelo rojizo, y esa nariz arrugadita que aún hoy, veinticinco años después, sigues poniendo cada vez que te enfadas o cuando ríes a carcajadas.
     Recuerdo tus primeros pasos y tu primer tropiezo, tu primero yeso por no parar, porque no había quien te sujetara, no había manera de que te quedases tranquila un momento.  Recuerdo todo lo que me hacía sentir el ser tu madre, la inmensa felicidad que me inspirabas, la ternura que mi corazón sentía cada vez que te abrazaba y el gozo que irradiaba cuando con esa media lengua, me decías te quiero mamá.
     Recuerdo cada uno de tus cumpleaños, tu primera comunión, tu confirmación... y sobre todo y por encima de todo, recuerdo tu absoluta entrega, tu compañía y tu consuelo cuando yo lo necesité. Tus silencios a mi lado, mirándome y comprendiendo, tus ánimos y tu entereza, tu lucha constante para que yo abriese mis alas y comenzara a volar de nuevo. Tus lágrimas injustas, tu sufrimiento por la falta de entendimiento de este mundo para el que la mayoría de las veces no estamos preparados, tus enfados por impotencia y tus cariños cuando mi alma desconsolada se oscurecía cada vez más.
     Hemos crecido juntas,  madre e hija, de la mano hemos tratado de hacer el camino, tropezando, levantándonos, pero con la esperanza de que si alguna renqueaba, la otra estaría ahí para ofrecer su mano. Seguimos unidas, con nuestras diferencias, pero unidas, sabiéndonos la una con la otra y respirando cada día un nuevo amanecer.
     La vida a veces no ha sido justa y en ocasiones tuve días negros, otros de un color gris pardo y otros de un naranja vibrante, pero en todos ellos encontré tu mirada, y por esto,  todos y cada uno de ellos valieron la pena. Porque el día más feliz de mi vida fue el día que pude tenerte entre mis brazos por primera vez y cada día que vivo contigo me hace ser consciente del sentido de mi existencia.

     "Grande es siempre el amor maternal, pero toca en lo sublime cuando se mezcla con la admiración por el hijo amado". Ángel Ganivet.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Esperando por ti





     Escucha... ¿No oyes amado mío? En la distancia que aún nos separa, mi corazón grita tu nombre y exhala un quejido profundo y sincero. Mientras ansiosa te espero, dibujo siluetas imaginarias en el manto cubierto de estrellas que cubre nuestras presencias y la imaginación se me dispara.
     Te he visto tantas veces y de tantas formas...
     A veces,  pienso que tu tez es morena, tu cabello negro como la noche que hoy me envuelve, tus manos fuertes y grandes, tu boca generosa y con unos labios cálidos y suaves, de esos que invitan a besarlos a cada momento. Eres fuerte pero con un corazón tierno y dulce, comprensivo aunque firme en tus decisiones. Otras, cuando te miro, compruebo que tu piel ha palidecido y que tu cabeza está rapada, no eres excesivamente alto pero tu cuerpo está bien proporcionado y me hace sentir el abrigo de tus sentimientos.
     En otros momentos te veo claramente delante de mi y me asombro al reflejarme en esas dos turquesitas que tienes por ojos, tu sonrisa me transporta,  me sonrojo cuando acaricias mi pelo con tus manos delicadas y me estremezco cada vez que me tomas por la cintura, mientras paseamos sin prisa.
     Sigo esperándote, porque aunque no te necesito para que mi vida sea plena, si quiero compartirla contigo y que juntos comencemos a trazar una nueva andadura, un nuevo camino en el que tu y yo, sin dejar de ser dos, seamos uno.
     Contempla... ¿No me ves amado mío? Estoy aquí, no se cuanto espacio ni cuanto tiempo nos separa, pero dime que lo salvarás, que surcarás océanos, atravesarás fronteras y vendrás a encontrarme. Dime que no te rendirás y seguirás buscándome hasta hallarme.
     Yo,  sigo esperando tu llegada, caminando entre la gente, esperando por ti, buscando en los rostros de los desconocidos el rostro de mi amado.
     Y ahora en silencio, quiero escuchar tus pasos acercándote, quiero sentir tu aliento en mi nuca llegando por sorpresa, notar tu aroma penetrante y enredarme en tus brazos. Porque te echo de menos mi amado desconocido, y tengo la imperiosa necesidad de que me conozcas y me ames.

     "El amor es arriesgado, pero siempre ha sido así. Hace millares de años que las personas se buscan y se encuentran". Paulo Coelho
     
     
      
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Blanca y radiante





     Caminaba sin prisa, recreándose en cada escaparate e imaginando que algún día ella llevaría puesto uno de esos trajes, uno de esos blancos e inmaculados, elegantes y con una gran caída. Sonreía para sus adentros y los ojos se le iluminaban, centelleaban como si mil luciérnagas habitaran en ellos, y en su rostro ya marcado por surcos de dolor, se le dibujaban mariposas.
     Hacía un pormenorizado recuento de invitados, de flores, de cubiertos y de los entrantes que pensaba ofrecer a todos sus allegados y sonreía, con una sonrisa franca, sincera y llena de esperanza.
     Mientras avanzaba por sus sueños, iba recorriendo todos los establecimientos que iba a visitar para completar el día mas hermoso de su vida, su sueño más ansiado...
     Las flores... blancas, siempre había pensado que su ramo sería un ramillete de azucenas y nardos. Entonces inhalaba como si pudiese olerlas, como si el perfume le llegase a través del viento y entornaba los párpados, confundiéndose con el aroma que la embriagaba.
    Su alma flotaba entre nubes de algodón, entre paisajes de colores y escenarios de ternura y pasión. Y continuaba caminando, por un camino que no tenía fin, por aceras hechas de sentimientos, por puentes de locura y fantasía, bordeando todo lo mezquino y esquivando el sufrimiento y lo amargo de su día a día.
     Ese era su sueño, el motivo por el que cada mañana se levantaba llena de ilusión y de ganas, el motivo por el que dejaba el rencor en el cajón de su mesita, colgaba su abatimiento en la percha más profunda de su armario y se vestía con una falda de esperanza y una camisa de fe.
     Pasaron los años y ella seguía caminando sin prisa, aunque cada vez aligeraba más el paso, las horas corrían más energicamente y el cabello se estaba poblando de canas. Al ver su reflejo en el escaparate, se entristeció, apretó los puños y murmuró entre dientes, no va a pasar...
     Estaba mayor, cada vez más cansada y enferma y más abatida. Sentía que se le acababa el tiempo y ella quería su vestido y sus flores. Se frenó en seco y decidió que lo haría.
     Adornó su habitación, engalano cada una de las esquinas con flores que colgaban acariciando su pelo, se dio un baño y se acicaló con mimo, se maquillo suavemente y enredó sus rizos en un bonito moño. Se vistió despacio, disfrutando cada centímetro  de vestido que iba rozando su piel y se calzó unos bonitos zapatos de tacón. Por último colocó el velo cubriendo su rostro y prendió un pasador antiguo que su abuela le había regalado para cuando contrajera matrimonio.
     Se giró y se contempló en el espejo y no pudo contener la emoción. Estaba radiante, una explosión de alegría brotaba por cada poro de su piel y fue tanta la felicidad que su corazón enfermo no pudo soportarlo y se quebró.
     La encontraron al día siguiente tirada en el suelo con una inmensa sonrisa dibujada en su rostro y algo parecido a una lágrima asomando por su mejilla.

     "Nuestro destino es un misterio y quizás el sentido de la vida no sea más que la búsqueda de ese sentido". Rosa Montero
    

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Soledad



     Soledad caminaba con prisa, apurada, era casi la 1 del mediodía y aún tenía que llegar a casa y preparar la comida para cuando su hombre llegara. Tenía que aligerar el paso, no tenía mucho tiempo y ella ya sabía como se ponía él si no estaba todo preparado.
     Soledad estaba enamorada... se habían conocido cuando ella era una niña, quince años tenía y el casi 21 y siempre había sido igual. Ella había aprendido a comportarse con el, a detectar sus estados de ánimo y a oler el alcohol que emanaba por cada poro de su piel mucho antes de acercarse a ella.
     Era una mujer frágil y delicada y sin embargo al mirarla, solo veías rudeza y aspereza en su rostro. Había aprendido a maquillarse los golpes, a simular accidentes para que nadie pudiera decirle nada, había aprendido a camuflar su dolor y a fingir sonrisas cuando tenía el corazón roto, y sobre todo, había aprendido a disimular el miedo.
     La primera vez que sintió que le ardía la cara cuando él la golpeó, el pánico se apoderó de ella y la pena dio paso a las lágrimas que se derramaron por su mejilla bruscamente. Pero le perdonó y lo justificó. La quería... se lo había dicho infinidad de veces después de haberla atropellado a golpes, la quería pero tenía que aprender a comportarse. Había sido un arrebato y le juraba que no iba a volver a pasar. Ella lo justificaba y se autoconvencia que era culpa de ella
     Habían pasado los años y el maltrato iba en aumento. Ya no le quedaban fuerzas pero se resignaba, donde iba a ir ella? ¿que podía hacer? Estaba tan mancillada, tan ultrajada que se consideraba un pingajo de persona, no le quedaba amor propio, no le quedaban esperanzas.
     Estaba terminando de aderezar el guiso que había preparado cuando sintió las llaves introduciéndose en el bombín de la puerta y dio un respingo. Las piernas le temblaron y los nervios se apoderaron de ella. No había terminado aún y él ya estaba en casa! Lo siguiente que sintió fueron gritos, insultos y golpes. Y después de eso, más golpes. Cayó al suelo y la pateó como si fuera un trapo viejo. Ella le imploraba, casi sin aliento pidió perdón y cada vez que intentaba hablar, la sangre manaba a borbotones. Como en un suspiro, en el último hilo  de vida, volvió a pedir perdón, perdón por ser una cobarde, perdón por haber consentido y por creer que el amor era eso.
     Soledad ya no sufre, no tiene miedo, ya no llora ni tampoco implora piedad. Soledad dejó de ser un muñeca rota y ahora descansa en paz.

     "Los malos tratos a las mujeres nos duelen e indignan profundamente y nos denigran como sociedad"  Juan Carlos de Borbón.