La noche llega, oscura y fría y tras el manto negro
que cubre nuestros pasos y la lluvia que moja nuestros pensamientos,
sentada frente a la ventana... se escapa un suspiro.
La
lluvia riega incesantemente la tierra, la fertiliza, la fortifica y la
libera de las malas hierbas, rejuvenece los tallos y limpia las raíces
infectas.
A través de un pequeño hueco de la ventana respiro
profundamente el aroma a tierra mojada, y se llenan mis pulmones de esa
fragancia , de esa sensación de renovación, de ese perfume intenso que
trae a la memoria tantos y tantos recuerdos de infancia.
Sigue lloviendo, y lo hace con una fuerza dispar, continua. Y la tierra
la abraza, la besa, la acoge con verdadero entusiasmo, asimilando cada
gota, cada partícula que la penetra y la revive. Sedienta y seca, se
hidrata; árida y estéril es fecundada.
Sigo mirando la lluvia
y me atrapa. Siento frío, pero no puedo moverme; como hipnotizada por
el caer del agua miro perpleja como lo que es malo para mi, es bueno
para la naturaleza, como las cosas que nos desagradan tienen un fin que
nos desconcierta.
Como una autómata me levanto y me dirijo
afuera. Una fuerza sin control hace que mis piernas se agiten y mi
cuerpo se alce situándose bajo la noche. Miro hacia el cielo sintiendo
como la lluvia me empapa, como moja cada centímetro de piel, extiendo
los brazos para que me cubra por completo. Necesito sentir esa fuerza
renovadora, esa frescura que se introduce por cada poro, quiero que el
agua arrastre mi tristeza y limpie de dolor mi espíritu.
Miro hacia el cielo y grito con fuerza... ¡Si es bueno para la naturaleza, también es bueno para mi!.
"La naturaleza está repleta de razonamientos que no tuvo nunca la experiencia" Leonardo Da Vinci.