Hoy, mientras colocaba los adornos de navidad, mientras me afanaba
en abrir cajas perfectamente etiquetadas y desliar todos los abalorios
envueltos en papel de periódico que el año pasado tan pacientemente tuve
que guardar, he sido consciente de que la Navidad entró por la ventana
de mi casa como una ráfaga de viento suave y dulce.
Una
rutina que año tras año hacemos con una ilusión desmesurada, un mirar y
remirar si los adornos del árbol han quedado perfectamente situados y
equilibrados, una vela aquí, un centro de mesa dispuesto, unas luces que
nos transportan y nos hacen soñar con la llegada de Papa Noel y de los
Reyes Magos, un sin fin de adornos que coronan la casa y le hacen tener
un ambiente cálido y festivo y por último, y no por ello menos
importante, el Nacimiento....
Yo soy de las que cada
Diciembre y por encima de todo he montado el Portal de Belén, unas veces
más pequeñito por la falta de espacio, y otras, con todos los detalles
posibles. Es lo que más llena mi corazón. Mientras lo hago, mi mente
vuela y me imagino como sería haber vivido esa época. Coloco los
pastorcillos cerca de un pozo de agua, para que sus rebaños puedan
saciar su sed y descansar al amparo de la sombre de una palmera. El
cobertizo del herrero, donde la forja ruge al compás del martillo y se
moldea el hierro incandescente, las lavanderas junto al río, atizando la
ropa y envolviéndola en perfume de romero, entonando cánticos mientras
la arrullan en el agua con sus manos silenciosas. Por el puente, caminan
transeúntes y campesinos portando sus alforjas y sus cántaras de vino.
El pesebre, donde María dio a luz, ocupa un lugar principal y desde
ahí, todo el paisaje se dibuja a su alrededor, todo lo que acontece
queda envuelto por el nacimiento del Niño.
Me quedo
embelesada mirando y tratando de adivinar que se dirían unos a otros,
que comentarían entre ellos, que les motivaría a acudir todos a rendir
tributo a ese Niño que había nacido. Festejarían, compartirían lo poco o
mucho que tuvieran y entregarían presentes.
Y entonces me
rodea ese espíritu, el de esa gente, el espíritu de la Navidad y me
susurra al oído : Lo ves? Durante siglos, la gente ha festejado la
Navidad y a veces no han percibido que cuando adornamos nuestras casas,
cuando compramos viandas y nos vestimos con nuestras mejores galas es
para compartirlo con los demás. Siempre llena de gozo recibir a los
amigos, a la familia e incluso a personas que ni siquiera conocéis.
Igual pasó hace siglos y desde ese día, los seres humanos han continuado
entregando lo mejor de si mismos en estas fechas.
Por un
momento mi corazón calla y ensimismada en mis pensamientos, me oigo
decir: Ojalá la Navidad durase todo el año, y esta generosidad fuese
perpetua. Pero mientras el mundo no cambie, mientras no tomemos
conciencia de que nos tenemos unos a otros, al menos, nos quedará el
aliento y la esperanza de que llegue Diciembre y podamos volver a
desempolvar todo lo que significa celebrar esta gran fiesta.
¡ Feliz Navidad para todos, que la alegría, la generosidad y la bondad llene vuestros corazones!
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