Pasa el tiempo, pasan los años, los otoños, los inviernos se van
sucediendo uno tras otro, y a pesar de ello, volvemos a cometer los
mismos errores. Las lluvias que antaño mojaron nuestros pasos, la nieve
que marcó nuestras huellas y hundió nuestros lamentos, vuelven a
interpretar de blanco el paisaje de ahora, de un blanco impoluto. Y
volvemos a mancharlo.
Las hojas caídas de los árboles viejos,
aquellas que se depositaron como un alfombra sobre nuestros
pensamientos, esas, las que desaparecieron porque quisimos borrarlas,
vuelven a forrar nuestra piel con un manto espeso.
"El ser
humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra".
Tropezamos demasiadas veces y repetidamente y lo peor de todo, es que lo
hacemos con el mismo obstáculo.
Llega la primavera, justo
después del invierno, como está estipulado, como la naturaleza lo tiene
dispuesto, todo en su orden establecido y el ser humano no atiende a
pautas, su comportamiento no se apoya en la experiencia, en lo ya
vivido, somos superiores a todo y más inteligentes. Pobres diablos... y
volvemos a caer.
Nos destrozan, nos abaten, rendidos por el
dolor y la amargura. Perdonamos, tratamos de olvidar, hacemos el
propósito de pasar página y cuando llega el verano, cuando nuestro
corazón y nuestro cerebro está relajado, volvemos a meternos en la
zanja. En una zanja cada vez más profunda y más difícil de salvar.
Y pasan las estaciones, y cada vez es más duro y tenemos menos ganas de
volver a empezar, de borrar las malas experiencias y comenzar de cero.
Cada vez cuesta más y se quiere menos.
"Errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico" Agustín de Hipona
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