Eran alrededor de las cinco de la tarde cuando sonó el teléfono.
Normalmente no solía recibir muchas llamadas a su línea fija,
exceptuando las de la familia, por eso se extrañó cuando en la pequeña
pantalla apareció un número desconocido. Descolgó el auricular y al
otro lado, una voz femenina preguntó por ella.
-¿Mónica?
-Si, soy yo,
quien habla?
Era María, la novia de su mejor amigo de la infancia. Se
quedó extrañada porque no la conocía. Vaya! pensó, así que María...
hacía tiempo que no había hablado con él, con Pablo. No tenía perdón,
después de todo, desde que ella se había mudado de ciudad, el contacto
no era tan fluido como hubiera querido y aunque siempre le había tenido
presente, las conversaciones telefónicas se habían distanciado en el
tiempo.
- Hola María, no nos conocemos ¿verdad? Que tal está mi queridísimo Pablo?- comentó en tono jocoso.
Ella le contestó que efectivamente no se conocían físicamente, pero que él, desde
el primer momento siempre le había hablado mucho de ella y que por eso
la llamaba, porque él la había nombrado a menudo últimamente.
-¿Y que tal está? Hace tiempo que no se nada de él...
María le contó que su amigo estaba muy enfermo, le habían detectado un
cáncer y que se encontraba en fase terminal. Estaba ingresado en el hospital, y la necesitaba.
Mónica se quedó sobrecogida, un temblor le recorrió todo el cuerpo, se
quedó sin aire por un momento y sin saber como reaccionar. El teléfono
le resbaló de la mano y ni siquiera se percató de ello.
-¡Mónica! ¿Estás bien Mónica?- gritó María
-¿Donde está María? ¿En que hospital?-respondió realmente angustiada.
Cogió su coche y a toda velocidad y con lágrimas en los ojos,
recorrió los casi 300 kilómetros que la separaban de su confidente de
la infancia, su compañero de adolescencia y de la persona que llenó de
risas su juventud.
Entró casi atropellándose en la habitación
donde se encontraba y lo vio. Postrado en una fría cama de hospital,
con un aspecto desvalido pero con una sonrisa en los labios en el
momento de verla. Se miraron, se fundieron en un abrazo eterno y
lloraron. Se vaciaron por completo, con un desconsolado sufrimiento y
con una angustia inmensa por no entender. Se sentó a su lado, le cogió
la mano y no dejó de mirarlo, como si quisiera llenar de momentos
perdidos el tiempo que había pasado.
El no paraba de
repetirle que estuviera tranquila, que no pasaba nada, y con cada
palabra ella más se desmoronaba, más se partía de dolor. No había
consuelo posible y lamentablemente no se veía con fuerzas para darle
ánimo y esperanza. Curiosamente era él quien trataba de restarle
importancia, de hacerla reír. El era así... siempre fue así.
Pasó la noche a su lado, sin soltarle la mano, mientras las nauseas
invadían el cuerpo de su amigo, mientras el veneno le corroía. En
silencio, con los ojos vidriosos, ella le ayudaba a incorporarse, le
sonreía y le besaba la frente. No había nada que decir, el silencio era
el mejor discurso, la mejor compañía. Mientras él estuviera, ella
estaría.
El se giró y la observó detenidamente, y entonces
muy bajito le dijo cuanto la quería, cuanto había significado su amistad
para él y cuanto la había echado de menos desde que ella se marchó. Mónica, apretó con fuerza su mano y le pidió perdón por no haberlo llamado más asiduamente, por haberse
dejado llevar por los quehaceres del día a día y no haber sacado un
momento para dedicárselo a él. Le agradeció su cariño, su amistad, su
tiempo y le susurró lo importante que había sido en su vida y cuanto lo
quería. Pablo asintió y sonriendo le dijo:
-Lo sé, siempre lo he
sabido, solo quería volver a verte una vez más.
"Nuestra amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo". Richard Bach